SER PADRES AFTER DIVORCE: RESPONSABILIDAD EMOCIONAL

El fin de la pareja no debiera ser obstáculo para desarrollar plenamente el rol parental. Pero no todas las personas pueden separar las aguas. Cuando eso sucede, desde lo más insignificante a lo más notorio, los perjudicados siempre serán los hijos.

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Nuestros hijos no siempre podrán entender los motivos que llevaron a papá y mamá a separase. Tampoco es necesario que en este momento lo entiendan. Pero sí es necesario que los adultos entiendan que ellos entienden EMOCIONALMENTE todo y la responsabilidad que hay en eso que sienten.

¿A qué nos referimos con esto? Significa que ellos entienden desde su sentir, con el alma. Por ejemplo, cuando un padre le habla mal del otro, le echa las culpas de lo que hoy ya no es como era antes; cuando los tonos de la voz cambian al hablar del ex, o cuando el diálogo entre los adultos siempre roza el tono de pelea (tensión, ironía, victimización, culpas, etc.). Los niños sienten que ahí algo está mal.

Y el punto es este: dependiendo la edad y madurez de cada uno, nuestros hijos podrían tener la capacidad de poner en palabras estas sensaciones y emociones y gestionarlas. Pero podrían no tenerla. Podrían sucumbir ante estas emociones displacenteras y exteriorizarlas como puedan: frenar en el habla, perder el control de los esfínteres, realizar dibujos extraños, mal comportamiento en el colegio, volverse más introvertidos que antes, actitudes de rebeldía inusuales, consumos problemáticos, escapes del hogar, entre miles de otras alternativas que hagan sentir a los hijos que pueden escapar de esas emociones.

Es difícil aceptar que el proyecto de vida que teníamos no resultó como lo soñamos. Pero como padres tenemos la obligación de superarnos a nosotros mismos (a nuestro dolor y frustración), y estar ahí para nuestros hijos. Su educación emocional es nuestra responsabilidad y tener en claro que nuestras acciones influyen directamente en lo que ellos puedan –o no- sentir.

Si le hablo mal del otro padre, no estoy lastimando al otro, estoy lastimando a mi hijo. A la imagen que tiene de él o ella, al lugar que ocupa en su psiquis y en su corazón. Estoy dañando a mi hijo al atacar al otro ser humano más importante de su vida. Estoy atacando su objeto de amor, con razones que puede no entender, y estoy dañando la relación eterna que los une.

Escribo esta reflexión con la esperanza que cada vez más adultos comprendan que la pareja puede terminar, pero la parentalidad es SEMPITERNA (que tiene principio, pero no tiene fin). Nada cambia eso, y cuanto más conscientes seamos de los alcances de nuestras palabras, sabremos que nunca se las lleva el viento, sino que quedan grabadas en la mente y en el corazón de nuestros hijos. Elijamos que nuestras palabras sean buenas emociones y no traumas de infancia.

¿Qué opinas sobre esta nota? Entre todos crecemos y aprendemos