Sellos

La bondad deja un sello en nuestro corazón que es muy difícil de tapar. Se nos escapa por los gestos y se contagia en la familia, el lugar en donde se aprende con amor y de ejemplos. Horacio nos ayuda a reflexionar al respecto

FAMILIA+

Horacio Colombo

12/27/20242 min read

black and gold box on white textile
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La cena de Nochebuena y el almuerzo navideño habían pasado. El supermercado no estaba tan repleto como años anteriores y la poca gente que transitaba sus pasillos (con diversa mercadería), se detenía y observaba detalladamente los precios. La economía del país no atraviesa el mejor momento, y el ritual familiar de almorzar juntos para recibir el año, requiere la elección adecuada de productos que no pongan en jaque al monedero, para armar el menú.

Al momento de formar fila para abonar mi compra tenía 3 personas delante. En primer lugar, una señora mayor de aspecto sereno y distinguido. Una cabellera obscura fileteada con canas semejantes a hilos de plata, le daban un toque de tiempo vivido con estilo a una sonrisa que se dibujaba naturalmente. Su carrito de compras estaba semi completo, con productos distintos. Entre algunas botellas con bebidas y lácteos, destacaban ciertos productos con variados sellos en su envase: Alto contenido de…, exceso de…; todos alertaban al consumidor acerca de lo riesgos que implicaba ingerir el contenido.

Le seguía en la fila una joven. Llevaba asido de la mano a un niño, un sachet de leche y una bolsita con 2 panes en la otra. Ambos denotaban un escaso poder adquisitivo para afrontar su necesidad de alimentarse. La joven llevaba poca mercadería para consumir, y una abundante tristeza que se reflejaba en su expresión. El pequeño, en silencio y movedizo, no quitaba los ojos del interior del carrito y los movimientos que la señora hacía descargando su compra en la línea de caja. "Mamá, me compras un Yogur?" dijo tímidamente el niño. "Ahora no ,se nos hace tarde". "Pero mami, si me dijiste que hoy no tenías que volver a trabajar", insistió el muchachito.

La señora mayor escuchó el pedido y la negativa de la mamá. Abonó su cuenta y avanzó. Se detuvo a escaza distancia, giró su carrito y esperó el paso de ambos. "Perdón mamá, me permitís darle algo al nene?" Su pedido fue con tanta suavidad y dulzura que la joven no pudo negarse. Tomó uno de los vasitos con Yogur que estaba en la superficie de una de sus bolsas y lo entregó al pequeño. "Es para vos, a mi nieta también le gusta". Agitó su mano sin pronunciar palabra saludando a ambos y siguió su camino.

Fui testigo involuntario del accionar generoso que involucró tres generaciones. Una señora mayor que puso en práctica su capacidad de dar sin esperar recompensa. El de una joven que aprendió que el amor genuino no implica lástima y el de un pequeño que comenzó a conocer que el deseo inocente siempre tiene respuesta.

Hoy los alimentos suelen alertar en su mayoría los excesos que condicionan la ingesta de una alimentación sana. Por supuesto que es correcto y colaboran para la nutrición familiar. Pero ninguno de ellos informa de como la virtud vitaminiza el alma, sin riesgos. La generosidad es una de ellas. Y la familia conoce la pedagogía correcta para enseñarla y ponerla en práctica.

El año que comienza viene desbordante de buenas expectativas, el rol protagónico de la familia y su expansión solidaria es el principal.

Todo fue tan rápido que no pude ver si el potecito de yogur tenía sellos visibles alertando al consumo. Pero si pude ver una vez más, como el sello invisible del amor impreso en el corazón ocupa todo el espacio.

Horacio Colombo. Licenciado en Ciencias para la Familia (UA)

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