ALCOHOL EN LA ADOLESCENCIA

Cuando la noche se viste de trago, cuando la búsqueda de "diversión" justifica el consumo, nuestros adolescentes buscan algo en el fondo del vaso que no está ahí. La pregunta es: "¿dónde estamos nosotros, los padres, para ayudarlos?"

MAPATERNIDAD+ADOLESCENCIA

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woman in white tank top sitting on chair
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La sensación de miedo en la boca del estómago, cuando te preguntas si el alcohol ya se metió en la vida de tu hijo/a, es más común de lo que crees. Este tema, que nos asusta y nos duele, no solo está en las noticias, sino que nos está tocando la puerta. Las salidas con amigos o las juntadas en la casa de alguien, tienen un protagonista silencioso y omnipresente: el alcohol.

No es que nuestros hijos sean malos, o que su intención sea lastimarse. A menudo, el trago es una puerta a la aceptación, una forma de bajar las barreras y sentirse parte de algo. Es la llave que, aparentemente, abre la puerta a la diversión, al atrevimiento, y al alivio de no encajar. Pero, ¿estamos viendo de verdad lo que hay detrás de esa sonrisa desinhibida? ¿Qué miedos se están ahogando en ese vaso? ¿Qué busca nuestro hijo en ese camino, y por qué no lo encuentra en nosotros o en su propio interior?

No se trata de juzgarlos, sino de entender. De conectar con ellos de una forma real, sin sermones ni amenazas. Porque, con honestidad, ¿a quién le sirve el “no tomes porque es malo”? Si no ofrecemos alternativas, si no hablamos de las presiones que sienten, si no les damos herramientas para manejarse en ese mundo, cómo llegarán a encontrar una alternativa a la sentencia "si no tomo, no me divierto"?

Es importante saber por qué es tan delicado este tema. A nivel neurocientífico, la evidencia es contundente: la Dra. Susan Tapert, neuropsicóloga del Instituto Nacional sobre el Abuso de Alcohol y Alcoholismo (NIAAA), ha demostrado en sus investigaciones que el cerebro adolescente, que aún está en desarrollo, es particularmente vulnerable a los efectos del alcohol. De hecho, sus estudios con resonancia magnética han revelado cambios significativos en la estructura cerebral de los adolescentes que consumen alcohol en exceso. Esto no solo afecta la memoria y la capacidad de aprendizaje, sino que también aumenta el riesgo de desarrollar problemas de salud mental y dependencia en la adultez. Es una realidad que nos obliga a actuar con conciencia.

Señales que hay que mirar

Ahora bien, ¿cómo nos damos cuenta si hay un problema? A veces, la línea entre la experimentación y un problema real es muy fina. Es vital estar atentos a ciertos comportamientos que nos pueden dar una pista de que algo no anda bien. Por ejemplo:

  • Cambios bruscos de humor y comportamiento: ¿Tu hijo pasa de la euforia a la irritabilidad o tristeza, sin razón aparente? ¿Se ha vuelto más reservado, miente o se distancia de la familia y amigos que no consumen?

  • Problemas en la escuela: las calificaciones bajan, pierde interés en actividades que antes le gustaban, o tiene problemas de disciplina o asistencia.

  • Cambios físicos: Ojos enrojecidos, falta de coordinación, un olor a alcohol que intenta ocultar, o una desidia generalizada en su higiene personal.

  • Se aísla socialmente: Se encierra en su habitación, evita los planes familiares o solo quiere juntarse con un nuevo grupo de amigos con los que no sabes mucho al respecto.

  • Desaparición de dinero o alcohol de la casa: Notas que falta dinero de tu billetera, que tus botellas de alcohol de "decorado" tienen menos contenido o que desaparecen objetos de valor.

Comprender los riesgos es el primer paso, pero el siguiente es saber cómo reconocerlos. Por eso, hablemos de las señales que nos dicen que algo no anda bien. Si identificas estas señales, es momento de actuar, no para castigar, sino para ayudar. No entres en pánico, pero no subestimes la situación. Tu reacción puede marcar una gran diferencia.

Como primera recomendación, te digo que hables con calma y sin juzgar. El momento de la confrontación no es para gritar o sermonear, mucho menos para pelear, esa no es forma de ayudarlo. Elegí un momento en el que ambos estén tranquilos y usa frases como: "me preocupa que últimamente no te veo tan bien como antes..." y "solo quiero entender qué está pasando." La idea es abrir un espacio de diálogo, no una pelea. Puede que no funcione a la primera, pero la paciencia y la calma serán tus bastiones de los que tendrás que abrazarte para abordar el tema más adelante.

En caso de confirmar tus sospechas, busca ayuda profesional. No tenés que enfrentar esto sola: un psicólogo, un terapeuta familiar o un especialista en adicciones puede guiarlos como familia, a ustedes como padres y a tu hijo. Ellos son los expertos y saben cómo abordar el tema de una forma que realmente genere un cambio. El apoyo profesional no es una señal de debilidad, sino de inteligencia y amor, es verdaderamente darle lo mejor a tus hijos, la ayuda que necesitan.

Si ya están en esta situación, los límites claros son aún más importantes. Establece consecuencias reales y lógicas, pero sé firme. Por ejemplo, "si no te comprometes con la terapia, no podrás salir con tus amigos". La clave es que entiendan que hay consecuencias a sus acciones, ya que el objetivo es siempre su bienestar.

¿Cómo tener esa conversación difícil?

Quiero acercarles cuatro recomendaciones realistas que podemos poner en práctica, sin grandes discursos, desde el corazón y con la mente abierta. Porque el amor no solo se demuestra en abrazos, sino también en límites claros y en conversaciones difíciles.

No esperes el momento de la crisis para abordar el tema. El espacio de confianza para hablar se construye aprovechando las charlas cotidianas: un viaje en auto, mientras preparan la cena, o en un momento de ocio. Pregúntales sobre sus amigos, sobre cómo se divierten, y, con naturalidad, introducir el tema del alcohol. Preguntas abiertas, como para entrar en el tema sin invadir: “¿en las fiestas, qué se toma?”, "¿qué más hacen (además de tomar)?" o “¿todos tus amigos toman o alguno no toma nada?”. Lo importante es que sientan que pueden contarte sin miedo a un castigo desmedido. Si no funciona para hablar sobre el consumo de alcohol, por lo menos estarás aplicando algunas estrategias para mejorar la comunicación con tu adolescente, lo cual en sí ya es altamente beneficioso.

Podes crear alternativas de planes en tu casa como punto de reunión, que incluyan a sus amigos. Que se sientan cómodos y que no necesiten buscar un lugar "oculto" para juntarse. Pude ser una noche de películas, una cena especial, una tarde de juegos. Así, no solo los tenés cerca, sino que también conoces a sus amigos y te enteras de qué están haciendo. Al ser nosotros los anfitriones, podemos poner las reglas y cuidar el ambiente de forma natural y sin parecer que estás invadiendo su espacio.

Quiero volver a hacer énfasis en los límites, que tienen que ser claros, sin grises: ¿Sabes qué es peor que un “no”? Un “no” que se puede negociar. Si decidimos que no queremos que tomen, ese “NO” debe ser firme y sostenido. Si les decimos que pueden consumir pero bajo supervisión, ese NO ya pierde valor. Cualquiera sea la regla que elijas, lo importante es que la comuniques con anticipación y que la mantengas. Los límites claros dan seguridad.

Por sobre todas las cosas, la mejor manera de enseñar será con el ejemplo. ¿Qué imagen ven nuestros hijos de nosotros y el alcohol? ¿Es un escape para los problemas? ¿Un requisito para divertirnos? Nuestra relación con el alcohol, por más que creamos que pasa desapercibida, es un espejo para ellos. Si queremos que se relacionen de forma sana con la bebida, debemos empezar por nosotros mismos.

La adolescencia es un camino, y nosotros, como guías, estamos para ayudarlos a caminarlo de la mejor manera. No estamos solos en esto. ¿Qué crees que es lo más difícil de esta etapa? ¿Cómo lo estás viviendo en tu casa? Recordá que siempre hay alguien que pueda darte la orientación familiar que necesitas en este momento de tu vida.

¿Qué opinas sobre esta nota? Entre todos crecemos y aprendemos